El Soviet es un club de póquer que funciona desde hace muchísimos años en Adrogué. Su cede está ubicada en una esquina céntrica, en un antiguo caserón que en algún momento formó parte de una de las tantas quintas que florecieron en la zona en los años veinte, cuando la fiebre amarilla hacía estragos en Buenos Aires. Adrogué era el lugar de moda de la burguesía rioplatense, hasta Borges solía pasar los veranos en la casa quinta familiar, o en el desaparecido Hotel Las Delicias. Adrogué era una fiesta. Hoy -tras el derrumbe estrepitoso del país- el club subsiste a duras penas gracias a la concesión de buena parte de sus instalaciones a un bar restorán horripilantemente decorado según una estética fashion que particularmente detesto. Hasta tuvieron la poco feliz idea de cambiar el tradicional nombre Soviet por el de Sur A.
En fin, la buena noticia es que mi solicitud de socio acaba de ser aceptada y ya soy parte de la noble institución en cuyos salones reservados todavía se puede fumar un cigarro tranquilo, tomar unas copas, escuchar buen jazz y jugar una partida de naipes con personajes que parecen salidos de una novela de Roberto Arlt. Hombres detenidos en un tiempo fuera del tiempo, inventores, locos lindos, estafadores de poca monta, tahures, poetas. Son refugiados de este calamitoso presente que sueñan con encontrar un futuro en el revés de una baraja. Somos refugiados.