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Big [B]Other HOW LATITUDES BECOME FORMS

February 10, 2003

Las herencias de Sabina

Hoy recibí una llamada de Poncho; los antecedentes son los siguientes:

MARÍA SABINA fue una CHAMANA MAZATECA oriunda de Huautla de Jimenez, en la provincia de Oaxaca, cerca de la ciudad donde nací, Tehuacán, Puebla. Fue ella quien en 1955 inició en el conocimiento de los hongos alucinógenos al banquero estadounidense R. Gordon Wasson, micófilo amateur que, a su vez, escribió en 1957 un artículo en la revista LIFE ("EN BUSCA DEL HONGO MÁGICO") que circuló alrededor del mundo haciendo célebre a la chamana y, por lo mismo, propiciando un torrente de visitas de científicos y personalidades a Huautla, donde sólo se podía llegar por mula o por avioneta, hasta 1959 que se construyó una carretera de terracería.

A partir de ese año en que se terminó la carretera, Huautla se vio inundada por hippies y jipitecas (versión mexicana de los melenudos sesenteros), quienes casi nunca se involucraron en las costumbres locales, a pesar de que ellos proclamaban ir a Huautla para comulgar con la indigenidad; en cambio, sólo reventaban y abusaban de los hongos en nombre de la espiritualidad. Esto se puede leer en un delicioso libro escrito por un maestro rural local, Alvaro Estrada, indio mazateco el mismo. HUAUTLA EN TIEMPOS DE LOS HIPPIES es una especie de libro de memorias, donde Estrada relata lúcidamente la llegada a Huautla de estos extraños personajes y representa una especie de antropología invertida: aquí, el indio mazateco describe “etnográficamente” a los extranjeros, pero sin prejuicios ni xenofobias. Al contrario, él mismo tuvo una relación amorosa con una gringa, la cual es narrada con una exhuberante nostalgia, una exaltación romántica exquisita y, sobre todo, ejemplar en cuanto a su comprensión, amor y respeto hacia la “otredad” de su novia (en este caso como mujer y como extranjera occidental de piel blanca), asunto en la que los urbanos occidentalizados casi siempre fallamos.

Para mi familia Huautla fue crucial. Como mi padre y mis tíos eran científicos y mi madre pintora (de hecho siempre fueron “los raros” de Tehuacán), desde temprana edad solían subir a la sierra; aun conservo en mi PALM una foto de 1959 donde se ve a mi padre con María Sabina después de una ceremonia.

Pues bien, por mi parte crecí con la presencia constante de Huautla y la indianidad de la región. Las etnias de la zona visitaban a mi abuelo médico para consultas, así que a cualquier hora la casa estaba llena de indios que esperaban ver al doctor, a veces no tenían para pagar por los servicios o lo hacían con algún animal y mi abuelo los atendía (cosa que indignaba a mi abuela). Pero además mis padres me llevaban recorrer las recónditas ruinas arqueológicas (en Tehuacán se descubrieron las mazorcas de maíz más antiguas). Tambíen me llevaban a cazar iguanas o a recorrer los mercados donde popolocas, nahuas, mazatecos y mixtecos aún practicaban el trueque con semillas de cacao como moneda. Visitábamos cementerios el día de los muertos, cuando los indios llevan alimento y música a sus ancestros (visitas que tengo filmadas en Super 8), recorríamos los cerros que hoy son reserva mundial de la mayor variedad de cactáceas (formando un árido bosque de elevados y espigados cactus que los lugareños llamamos "órganos", que superan los cinco metros de latura), y hacía excursiones al desierto de San Juan Raya, célebre por sus hermosos fósiles…pero, vaya, me estoy desviando del tema de hoy.

Hoy día, aunque vivo en el DF, mi vínculo con Tehuacán se concreta a pertenecer a un colectivo cultural de esa ciudad que realiza trabajo en la región de la sierra mazateca. Hace un año me pidieron proponer actividades para los indígenas jóvenes, los cuales empiezan a mostrar intereses culturales distintos a los de sus mayores, sin que eso signifique que los chavos deseen dejar de ser indios. No voy a extenderme en esto aunque es un tema que me apasiona, pues ya he publicado bastantes artículos al respecto (en el EXTENDED ENTRY pongo una ponencia reciente un tanto relativa al tema), así que regreso al asunto de la llamada de Poncho, bajista del grupo de rock Santa Sabina.

Decía que el colectivo de Tehuacán me informó que los chavos de la región querían escuchar rock y propuse comenzar invitando al grupo chilango Santa Sabina, quienes se llaman así en honor a la chamana huautlalteca. En marzo del 2002 los roqueros de Santa Sabina subieron hasta Huautla a dar un concierto que tuvo excelentes resultados. Es imposible relatar en este espacio tan breve todo lo que se ha derivado directa e indirectamente de ese concierto, pero sí mencionaré que el grupo fue recibido por Apolonia, la nieta de María Sabina, quien les ofrendó el nombre de su abuela en una ceremonia ritual. Según las costumbres locales en Huautla, el bautizo que recibió el grupo significó que Apolonia se convertía en su madrina y los roqueros debían cuidarla y rendirle visitas periódicas a partir de entonces.

Pasó un año y los sabinos no se apersonaron en Huautla, lo cual movió al desencanto a los lugareños. Comuniqué la situación a los roqueros, quienes la lucha por la sobrevivencia metropolitana había absorbido a tal grado, que no habían podido cumplir con sus obligaciones para con Apolonia, anciana que vive en la más absoluta miseria en medio de la sierra. Finalmente, el fin de semana pasado, los sabinos subieron nuevamente a visitar a su madrina. Poncho me llamó hoy para relatarme brevemente su experiencia. Se le oía feliz.

El asunto es que, a pesar de que libros como los de Carlos Castaneda han popularizado alrededor del orbe la imagen del chaman, lo cual ha inundado las zonas rurales de nuestro país con forasteros despistados y cansados de su civilización en busca de la iniciación mística (cuando los libros de Castaneda no son antropología sino literatura), la realidad es que los consejos de ancianos de la mayoría de las etnias del país no se abren fácilmente al exterior. De tal suerte que los sabinos pudieron llegar al corazón de un pueblo, gozando de una fortuna no accesible a cualquiera. Me parece excelente que ellos hayan rectificado su relación para con Apolonia, no tanto por razones místicas, sino por el respeto que se deben a las costumbres entre unos y otros.

Para los interesados:
Alvaro estrada: "Huautla en tiempos de los hippies". Grijalbo, México 1996
Alvaro Estrada: "María Sabina, la sabia de los hongos". Ed. Siglo XXI, México, 1977

Juan García Carrera: "La otra vida de maría Sabina". Universidad Autónoma del Estado de México, 2000.

Fernando Benitez: "Los hongos alucinantes". Ed. Era, México, 1964.

Enrique Gonzalez Rubio: "Conversaciones con Maria Sabina y otros curanderos". Publicacions Cruz, 1996.
Enrique Gonzalez Rubio: "La magia de los curanderos mazatecos". Publicaciones Cruz, México, 2001.

(PONENCIA LEIDA EN EL DEABTE ORGANIZADO POR "EL CAMPO NO AGUANTA MAS" EN ENERO DE 2003):

LOS HIJOS DEL CAMPO
Por Pacho

Luis Cardosa y Aragón relata que en 1925 llega a México Vladimir Mayakovsky por el puerto de Veracruz y que al desembarcar preguntó sorprendido: “¿En dónde están los indios?”; a lo que alguien le respondió: “Son los que llevan sus maletas”. El anécdota ilustra cómo los citadinos tendemos a representarnos al indio, incluso al campesino, dentro de una visión idealizada, bucólica y pastoral. Si el indio se nos presenta sin vestir sus atuendos tradicionales, no lo reconocemos, acaso a algunos incluso les parezca un fraude. El campesino sin su sombrero de palma y su calzón de manta, ataviado con una gorra de beisbolista y botas de casquillo, o si es más joven, vestido con camisetas estampadas con el nombre de algún grupo de rock pesado, no nos parece “auténtico”.

Desde la ciudad, el campo es esquivo a nuestros ojos, parece esconderse. Y aquí no me voy a referir a las múltiples presencias del campo en la ciudad, de las que ya Guillermo Bonfil Batalla se ocupó extensamente en su libro México Profundo, donde reivindica las muchas formas en que la herencia indígena esta viva e informa nuestra vida urbana, aunque nosotros no siempre seamos capaces de verla. En cambio, me ocuparé brevemente de la representación que se hace del campo dentro de algunas culturas juveniles relacionadas con el rock o la música moderna.

Decía que los citadinos no siempre somos capaces de ver el campo, ni siquiera cuando viajamos fuera de la urbe, ya que llevamos con nosotros a la ciudad y su mitología. El campo se convierte para nosotros apenas en un resort vacacional, una especie de escenografía. En cuanto a la imaginería juvenil, la divertida película Y tu mamá también refleja lo que el campo puede representar para algunos chavos viajeros, algo así como una ambientación que vemos pasar a través de la ventana de nuestro auto mientras transitamos por la carretera, un ciclorama que en la película enmarca las preocupaciones citadinas de los tres personajes y, particularmente, la fanfarronería sexual de los charolastras, un par de adolescentes de clase alta. Si acaso, en un momento dado de la película, el campo se concentra en una palapa y en una rockola que exalta el instante y a los personajes les permite transgredir su sexualidad urbana y cosmopolita. El campo es el lugar donde todo está permitido para el citadino, lejos de las normas urbanas y con la indiferencia hacia las costumbres locales, un lugar con el cual no siempre interactuamos de manera sensible, abiertos a su otredad.

Así, el campo se esconde para muchas culturas juveniles, decía. Es apenas un ornamento que nos da color local ante el mundo, acaso referido como kitsch. En ocasiones, simplemente se inventa la imagen de lo rural, según las muy urbanas fantasías de cada individuo, convirtiéndolo en la tierra que contiene los misterios que resolverían nuestros modernísimos vacíos y dilemas: acaso la cuna del chamán que pueda redimirnos, como en la película Piedras Verdes.

Quizá esta chamánica imaginería juvenil, repleta de fantasías protoindigenistas, tenga su origen en 1959, cuando se inaugura la carretera de terracería que va de Teotitlán del Camino a Huautla, dando comienzo con ello al surgimiento de un nuevo territorio psicológico, el del turismo de mochila al hombro (que con el paso de los lustros, se convertiría igualmente en una industria turística alternativa). En los sesenta y setenta los trailers park, las playas vírgenes, las ruinas arqueológicas, las sierras y los desiertos, fueron destino de miles de jóvenes nacionales y extranjeros en busca de lo que se consideraba “auténticamente” rural, sin que muchas veces se alcanzara a averiguar cabalmente en qué consiste eso de “auténtico”. ¿Quién que haya sido joven desde los sesenta no ha estado, al menos una vez en su vida, en una playa del pacífico, bebiendo una cerveza Victoria en la hamaca, mientras de la grabadora portátil sale el último disco de reggae o el ritmo de moda? Pero, ¿es esta la cotidianidad del campo mexicano real?

Así pues, la contracultura de la Onda inaugura en los sesenta un nuevo tipo de indigenismo que muchas veces alcanza a ver al indio, pero muchas otras lo inventa. Alvaro Estrada, en su delicioso libro Huautla en tiempos de los hippies, realiza una especie de antropología invertida donde retrata cómo los hippies extranjeros y los jipitecas nacionales, no se involucraban en las faenas locales, sólo les importaba consumir “el hongo”, beber y reventar. Aunque ellos pensaran que estaban comulgando con lo indígena.

En el testimonio de Estrada, la visión de la contracultura de los sesenta y setenta hacia las costumbres indígenas oscilan entre el romanticismo y la indiferencia. Este autor hace notar que los extranjeros jipiosos no se interesaban verdaderamente por “aprender de los hongos” ni atendían al significado profundo que éstos tenían en los usos locales, ni tampoco se interesaban por otro tipo de costumbres de la comunidad. Por lo mismo, en la mayoría de los casos el encuentro entre estos dos mundos no siempre fue armonioso: Los visitantes nunca participaron de las costumbres nativas, como por ejemplo en el tequio, aunque, “cada domingo en el altavoz del edificio municipal de Huautla la autoridad arengaba a la gente, parloteando en su lengua local para que se presentase a trabajar comunitariamente al día siguiente, lunes -día de tequio- en determinado sitio del pueblo: era la herencia ancestral del trabajo comunal y gratuito. Un día a la semana, la aportación del individuo a la comunidad”. Estrada es crítico hacia los fuereños, pues considera que con su llegada se perdió la paz en el pueblo y “muchos de los seres mágicos abandonaron la sierra”, pero tampoco deja de ser tolerante hacia aquellos. De hecho, reprueba decididamente la represión que las autoridades desplegaron contra los jóvenes y afirma que, mucho más dañinos que los jipitecas, resultaron los males cotidianos del hambre y la miseria.

A partir de entonces, las culturas juveniles han reflejado de distinta forma y quizá con distintos grados de acertividad la realidad de la vida en el campo.

Desde los sesenta, las contraculturas urbanas han explorado las culturas no occidentales para nutrir sus figuraciones. Recuerdo la vez que los zapatistas visitaron el Tianguis del Chopo; entonces los enmascarados vieron desfilar a los neoprimitivistas inspirados en las ornamentaciones mayas precolombinas, con sus tatuajes tribalistas, sus lobulos deformados por enormes orejeras de jade, o con sus piedras preciosas incrustadas en los dientes….a todo ello los enmascarados preguntaban por su significado, no lo entendían. Maravillado por el azoro de los zapatistas, al final me animé a preguntarle a algunos de ellos qué pensaban de las vestimentas de los jóvenes de ese mercado, su respuesta fue tolerante, pero no dejaron de pintar su raya, diciéndome llanamente: “Pos cada quién su cultura, ¿no?”. Tal fue el encuentro o desencuentro entre los mayas actuales y aquellos chavos contraculturales, inspirados en las ornamentaciones de los mayas precolombinos, no necesariamente en la de los indios vivos hoy día en el sureste mexicano.

En efecto, esta forma de interesarse por lo indio, que a veces lo inventa o reelabora y otras lo descubre, ha generado una serie de subculturas urbanas muy interesadas por lo oracular y arcánico de la culturas indígenas. Es necesario enfatizar que las contraculturas juveniles han establecido un diálogo mitificador con el campo, pero otras veces han aprendido a verlo y comprenderlo mejor, por ejemplo a partir del zapatismo, que entre muchos chavos propició un interés por establecer vínculos más respetuosos hacia la otredad rural. En otras palabras, desde los sesenta hasta nuestros días, también las culturas juveniles han aprendido a ver el campo con mejores enfoques. Tal es el caso del movimiento de rock que se ha solidarizado con los zapatistas, un movimiento que, además, es internacional y donde participan más de cien grupos en activo por todo Latinoamérica, Estados Unidos y Europa.

DESDE EL CAMPO: LA CIUDAD
Y sin embargo, también desde el campo se establecen diálogos hacia las ciudades del mundo. Visto desde el otro lado, desde el campo mismo, no todo lo moderno proviene de la ciudad. Hoy en día el campo dialoga con la globalidad desde sus propias comunidades. Tuve noticias de grupos de rock indígena desde los noventa, como los otomíes de Orines de Puerco, conformado por chavos artesanos radicados cerca de Toluca, quienes se insertan en una comunidad simbólica, global y transfronteriza, como es el punk, género que cantan en otomí.

También puedo mencionar al grupo Sentimientos Contradictorios de Juchitán, que cantan rock en zapoteco y dicen llamarse así porque se sienten incomprendidos al vivir en el vértice de dos culturas, la tradicional y la roquera. Recuerdo el día en que llegué con mi banda a tocar a Juchitán en una fiesta de pueblo que comenzó con un bailable de mujeres vestidas con sus trajes tradicionales y música de banda. El público era de adolescentes campesinos o hijos de campesinos algunos, todos vistiendo camisetas estampadas con los nombres de grupos roqueros; impacientes, urgían porque comenzara el rock. Entonces terminó la danza, las bailarinas salieron del escenario, luego lo hicieron los músicos de la banda tradicional, quienes dejaron sus instrumentos en el piso, tomaron una guitarra y bajo eléctricos, un saxofón, otro se trepó a la batería y sólo uno de ellos conservó el mismo instrumento que tocó para las bailarinas, una concha de tortuga, típico instrumento tradicional de la región. Así que el primer grupo de rock de la noche era un conjunto local que, además, ¡estaba integrado por los mismos músicos de la orquesta típica! Su repertorio era de canciones originales y versiones de piezas típicas llevadas al rock, por ejemplo, “La Llorona”, que cantaron en zapoteco y en un ritmo de seis octavos, no en cuatro cuartos como casi siempre se toca el rock. Un repertorio absolutamente innovador en sonoridades e intencionalidades. Y lo paradójico es que era esa persistencia interpretativa tan local, basada en la fuerza de lo tradicional, lo que los volvía plenamente modernos.

Así mismo, tengo noticias de que en la sierra mazateca hay pandillas indígenas, bandas no asociadas a la violencia, pero sí a la identidad generacional, conformadas por chavos rebeldes que acaso conforman una especie de contracultura dentro de la misma cultura indígena, es decir, expresan rupturas culturales que tampoco dejan de ser parte de la cultura indígena. Siempre se ha considerado que el fenómeno de las bandas es un asunto urbano, sin embargo, según los reportes de Jorge Lara de Tehuacan, Puebla, las bandas ya son un fenómeno que existe en lugares como la sierra mazateca, donde estos agrupaciones juveniles se hacen llamar los anti, porque “están en contra de todo” respecto a su entorno, lo que buscan es poder ejercer sus intereses culturales y recreativos en su propio contexto. Estos hijos de campesinos oyen rock, al Tri, Maldita Vecindad o a Café Tacuba, pero tampoco quiere decir que ellos estén renegando de su condición de indígenas, simplemente desean vivir su indigenidad incorporando valores culturales nuevos respecto al resto de la comunidad. Tampoco se trata de una imitación de los chavos de las ciudades, sino de una reelaboración generacional.

¿Cuál es esta indigenidad? Por ejemplo, hace un año el grupo Santa Sabina visitó Huautla, en un concierto organizado por el colectivo cultural Los de acá y, aunque no pude asistir, el sr. Lara me contó que los antis estuvieron muy activos promoviendo el evento mediante grafittis en las bardas y que, por primera vez, ante el acoso de la policía, los antis pudieron mostrar un papel donde el municipio les autorizaba para realizar sus pintas, ya que el concierto tuvo el aval de las autoridades locales. Hay aquí un terreno maravilloso que explorar, en relación a cómo los jóvenes del campo ven al resto del mundo y como asimilan ese diálogo general a través de las generaciones. Pero también respecto de qué es lo que las generaciones mayores, las autoridades, pueden hacer para expandir a su comunidad, incluyendo también a las nuevas generaciones.

Como se ve, la “modernidad” no es sólo urbana. ¿Qué de la cultura rural tiene ya la “universalidad” de lo urbano sin perder su ruralidad? Un ejemplo es el movimiento del son veracruzano, el cual se ha revitalizado enormemente en los últimos lustros, potenciados por los circuitos naturales de los fandangos a todo lo largo del estado. Recuerdo que hace un par de años, durante la fiesta de La Candelaria en Tlacotalpan, los Cojolites me invitaron a comer, un grupo de son jarocho integrado por hijos de campesinos de Jáltipan, todos menores de 21 años. Al terminar de comer nuestros tamales a la orilla del río, ellos agarraron sus instrumentos, sus jaranas, sus arpas, su marimbol, y su quijada de burro, para ponerse a tocar rolas diferentes a las de su repertorio tradicional, una y otra pieza de “modernos” géneros diversos, entre las que se hallaba el rock, por ejemplo, temas de Manu Chao que, sin intencionalidad vanguardista, mostraban el color local de los instrumentos fusionado con la “modernidad” de las rolas del famoso europeo. Versiones que no pretendían ser vanguardistas pero que eran acaso mucho más modernas por su color heterodoxo que las versiones originales del ya de por sí híbrido Manu Chao. Si alguien hubiera grabado ese momento, estaríamos ante una música moderna y de absoluta vanguardia* mundial. La interpretación no dejaba de ser jarocha y campesina, mostrando así que existe en ellos ya un diálogo con el orbe, pero desde la propia identidad local, asimilando la información planetaria. De esta forma, si antes pensábamos que la modernidad en la música era eso que nos llegaba de Londres o Nueva York, hoy en día es como si el diálogo cultural con el globo desde la ruralidad, permitiera que la tradición nos modernizara. Y aquí no estaríamos hablando de una modernidad unívoca que es impuesta desde los centros metropolitanos de cultura planetaria, con su propensión a fomentar sólo el consumo pasivo. No. Se trata más bien de una modernidad en cuanto a su reclamo de pluralidad, su ejercicio de la multirreferencial. Es música moderna en cuanto a que es formalmente disidente (en el sentido que Octavio Paz le da a la “tradición de la ruptura” al ocuparse del arte moderno). Se trata de música generada desde las raíces locales que entra en diálogo con el contexto internacional, de acuerdo a las necesidades y la gestión de valores culturales desde lo local. Aquí el consumo de la música pop internacional es creativo y reelaborador, no imitativo.

Al mismo tiempo, y de regreso a la ciudad, hoy en día la fuerza de este movimiento de música jarocha y sus fandangos ha generado un interés enorme entre los jóvenes de las grandes urbes, basta asistir a los fandangos que se organizan en Veracruz, donde conviven campesinos con chavos ataviados con sus dreadlocks y perforados por miles de aretes pero que, en lugar de cargar guitarras eléctricas a sus espaldas, llevan sus jaranas o se ponen a zapatear en las tarimas para el baile. Lo mismo sucede en los fandangos que se organizan en el DF, donde asiste un público de clase media a zapatear y beber toritos.

La música grupera, que abarca varios estilos, también es un territorio que genera valores culturales modernistas. Mezcla de géneros tradicionales como el corrido y la polka con estilos “modernos”, como la balada. Hoy esta música trasciende regiones. Se escucha en varios países latinoamericanos, en Estados Unidos y ahora, recientemente, incluso en Europa mediante el trabajo de grupos como Los Tigres del Norte y la Banda del Recodo. Aquí se pone en juego otro tipo de imaginería, de estética y de cultura, que narra la vida de los migrantes y también el problema del narcotráfico en un país y un mundo gobernado por la corrupción y la falta de alternativas de subsistencia en los campos y las ciudades. De origen rural, se trata también de una música moderna que, sin afanes vanguardistas, integra sonidos del reggae, como en el caso de Bronco, a la propia tradición popular. En el caso de Los Tigres del Norte, su música es considerada ultramoderna, incluso, en España los han llegado a catalogar como world beat, donde recientemente tuvieron un gran éxito, a raíz de la publicación del libro La reina de la noche.

LA TOMA DE UN ESTADIO
Así, desde el campo, se siguen generando valores culturales que influyen nuestra visión de lo rural en las ciudades. Quiero regresar al tema del movimiento de rock vinculado con la solidaridad zapatista, pues este movimiento indígena influyó también a las subculturas juveniles capitalinas a partir de 1994.

A raíz del levantamiento, en febrero y marzo de 1995, estudiantes de la UNAM pertenecientes a la Caravana Universitaria “Ricardo Pozas”, así como varios grupos musicales y artistas, organizaron dos conciertos como protesta por las medidas prohibitivas contra el rock, así como por la paz en Chiapas. Eran los días en que el regente de la ciudad, Espinosa Villarreal, había declarado la prohibición de realizar conciertos de rock en espacios al aire libre. Una medida que seguía la larga tradición de prohibiciones antirroqueras desde los sesenta. Esta declaración indignó a los músicos y los movilizó, hasta el grado de que entre varias bandas se entendió que la exigencia de autodeterminación cultural entre las comunidades juveniles urbanas no era muy distinta a la autodeterminación de las comunidades indígenas en el campo.

El primer concierto fue el 27 de febrero de 1995 y se llamó Por la Paz y la Tolerancia. Congregó a unas diez mil personas, según la prensa, el segundo se llamó Festival 12 Serpiente, y congregó a más de treinta mil, realizándose el jueves 18 de mayo de 1995. Ambos mostraron las capacidades de autogestión de los jóvenes, a pesar de las prohibiciones.

En el festival 12 Serpiente participaron los grupos de varias generaciones roqueras, desde León Chávez Texeiro y Guillermo Briseño de los 70, pasando por quienes comenzaron durante la primera mitad de los 80 como Botellita de Jerez, Real de Catorce, Banda Elástica, Nina Galindo, así como los grupos considerados de la generación del terremoto: Maldita Vecindad y Choluis; y quienes se formaron durante la segunda mitad de los 80, como Santa Sabina, La Lupita, Rómántico Deslíz, Café Tacuba, Juguete Rabioso, Consumatum Est. Por último, también se involucraron los grupos de la generación que surgió en los 90: Los de Abajo, así como los más jóvenes: La Nao, La Milagrosa, Van Troi y La Obeja Negra. El festival incluyó también diferentes espectáculos interdisciplinarios en los que participaron Raúl Platas, de La Casa del Teatro, Utopía (danza), Katia Tirado, Martín Rentería (performance), Mojigangas y Chaneque (títeres), entre otros artistas y viodeoastas. Asistierón también el Tianguis Cultural del Chopo y 90.1 Radio Pirata. El evento comenzó a las 10 de la mañana, el boleto de entrada costó $10 pesos más una donación en víveres para las comunidades chiapanecas de la zona de conflicto.

Independientemente de las diferentes visiones políticas de los artistas que participaron, todos coincidían en exigir la posibilidad de crear espacios autogestionarios tanto al aire libre como en lugares cerrados, sitios dónde tocar su propia música, espacios libres de las leyes más oprobiosas del mercado. También reclamaban tolerancia hacia los ambientes urbanos y sus preferencias culturales. Para ellos, todo esto coincidía con la exigencia de paz en Chiapas y el derecho a la autodeterminación étnica y cultural en México, según se apreció en los testimonios de varios participantes.

En suma, la fuerza cultural del campo nos influye en las ciudades de muchas formas, concientes o inconcientes. Muestra uno de los conflictos centrales de nuestra época, el que se deriva de las pretensiones de imponer una sola economía y una visión monocultural de lo global, contra la resistencia cotidiana para que el mundo y la globalización puedan ser plurales, permitiendo la participación de todos los individuos y sectores en la toma de decisiones: un mundo generador de valores culturales diversos.

En otras palabras, lo moderno no es exclusivamente urbano, sino que atañe a la posibilidad de un mundo plural, participativo y diverso. En otras palabras, también entre las subculturas juveniles, urbanas o rurales, se debaten dos ideas contrapuestas del ser moderno. Por un lado, aquella que busca uniformar el consumo pasivo, la urbanización, así como una idea unívoca del mundo o globalización: una perspectiva monocultural en beneficio del gran capital y las enormes corporaciones, Por el otro lado, aquella que es entendida como una mayor democratización de los valores culturales, mediante la participación de los sectores sociales y los ciudadanos en la toma de decisiones; una modernidad plural, diversa, multicultural; que de voz a todos de manera creativa, donde el otro nos enriquezca y nos interpele. Y desde luego, donde no sólo unos carguen las maletas de los otros.

Posted by Pacho at February 10, 2003 10:39 PM
Comments

Pues, como siempre, Pacho, tus posts me llevan de paseo y me acercan a temas de los que estoy muy alejada.

Me ha resultado muy interesante acercarme a la otredad indígena y rural rockera.

Además, la idea de diversidad es un concepto importante para mí. Hay quienes aseguran que la lucha de los demás grupos discriminados, como los obreros o los campesinos o indígenas, deben ir de la mano de la lucha feminista. Coincido en parte, pues esta unión ayuda a tener más fuerza, pero es la panacea, pues, recordemos, el socialismo no ha traído los mismos beneficios a mujeres que a hombres.

Besos

Posted by: Cindy Gabriela on February 11, 2003 01:49 AM

ola pacho. muchas gracias por tu texto, precioso y muy inspirador... voy a subir un enlace al indymedia de madrid donde creo que habrá mucho interés en leerlo. Esta tarde me pongo a preparar unos enlaces sobre la nueva movida de madrid... en música no lo conozco tan bien... un rapero Frank T, de raza negra pero cantando en madrileño, fue la figura más destacada del fin de semana; pero en el labo, hay sesiones semanales de rap: yomango rapsesions, donde se combina - agenciamiento?- algo inverosímilmente un movimiento político artístico llamado yomango - a favor de la reapropiación directa en supermercados, cadenas coemrciale,s tiendas de moda... pero articulada artística y políticamente, con la comunidad de raperos madrileños!!!
pude asistir a la sesión del viernes pasado, y era una multitud impresionante. han conseguido llevar a este espacio político a móntones de jóvenes... un proceso parecido al que tú decsribes entre zapatismo y rock, aunque, claro, de dimensiones aún mucho más modestas...

un abrazo afectuoso / osfa

Posted by: osfa on February 11, 2003 07:37 AM

PUes sí mi Cindy, ya se que más que retro, mis temas son un anacronismo en este bigbother de expertos en tecnologías de punta. Por lo demás, la polémica entre qué es lo más importante en la lucha, me resulta un tanto setentera. Bizantina. No veo por qué separarlas. POr lo demás, si es cieto que nel socialismo no ha traìdo los mismos beneficios a mujeres, h0omosexuales y varones.

besos
P

Posted by: Pacho on February 11, 2003 09:57 AM

OSFA:
por reapropiación directa te refieres a....qué? relata estos asuntos, que suenan interesantes.

Sobre la Movida madrileña he leído bastante. No tanto porque la considere vigente, que creo que nadie se atrevería a exaltarla más. Lo que me agrada es el uso lúdico que lograron entonces, fue un movimiento gestado enmedio del desaforado reventón. Acaso eso abri´ò el uso de la calle y de los espacios públicos a lo que es hoyn día y que Aznar ha querido combatir con la ley del boetllón?

Un abrazo
P

Posted by: Pacho on February 11, 2003 10:00 AM

el arte surge en las fiestas, dijeron algunas de las vanguardias primeras más irreverentes! oh yes everybodycamon! QUE EMPIECEN LOS JUEGOS!

Posted by: el lector on February 11, 2003 10:35 AM

Hola Pacho, pues, para empezar, lo que yo planteaba no es discusión, es un hecho.

Y no lo estaba separando, sólo hacía observaciones al respecto.

¡Cariños!

Posted by: Cindy Gabriela on February 11, 2003 01:22 PM

lo se, era nomas un comentario, porque me recorde de aquellos días donde se discutia el tema, y las feministas, acertadamente, defendían el no "dejar para después" la lucha por cambiar la vida cotidiana hasta cuando "se tomara elm poder del estado"
besos
P

Posted by: Pacho on February 11, 2003 03:04 PM
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