La primera vez que estuve en las conejeras me impresionó el olor, el olor a terror. Fue en uno de los tantos encuentros que mantuvimos en aquellos primeros años. Con el tiempo, hasta llegamos a tenernos cierta simpatía y mucho respeto. Las conejeras funcionaban en sótanos acondicionados en lugares estratégicos del cinturón conurbano fronterizo a la ciénaga. El general se paseaba marcial frente a ellos, golpeando distraídamente la punta de su revenque contra la pernera del uniforme, sin mirarlos. Ellos aullaban como monitos tití. Aquella primera vez, espero a que nos internáramos lo suficiente por la galería subterránea y después se detuvo y me encaró.
-La disciplina fue una virtud cuyo desarrollo requirió milenios de evolución, y su desaparición apenas unos pocos lustros de estulticia. Para hacerla renacer es necesario implantarla en las mentes desde edad muy temprana -dijo y desvió su vista a las conejeras.
Era joven y arrogante, pensaba que eso estaba bien, no me daba cuenta hasta qué punto nos habíamos equivocado. Ellos chillaban desnudos en las jaulitas -flotaba el olor fétido del terror-, miraban desde la penumbra como animales incandilados por un reflector. Habían olvidado sus nombres, sus vidas de afuera. Llevaban unos seis meses enterrados en las conejeras, comiendo afrecho de una canaleta y cagando en otra, o en la misma. El proyecto inicialmente involucraba a unos quinientos. Hoy están todos muertos.
-Tenemos un Profeta -creamos un mito alrededor de nuestro Profeta-, ahora estamos creando a los fieles adoradores y trabajando para el cumplimiento de su profecía. ¡Estamos haciendo algo humanitario por sus vidas miserables! -estalló y los gritos en las jaulas se volvieron ensordecedores.
Era una espantada. Las conejeras de alambre se mecían al ritmo de las criaturas aterrorizadas. El olor a meos era insoportable.
-¡Corriente! -ordenó.
Un subordinado apareció en el extremo del corredor y accionó un interruptor del panel de luces. Una descarga de alto voltaje recorrió de una punta a la otra las conejeras. La mayoría de ellos perdió el conocimiento, el resto quedó aturdido. Ahora olía a carne y pelos quemados.
-Electroshock, bueno, muy bueno para el olvido, y para implantar disciplina -explicó.
Seguimos caminando rumbo a su despacho. En las conejeras, los chicos parecían dormidos o muertos.
guantánamo?? y los defensores de la libertad en el mundo?
Posted by: osfa on February 11, 2003 09:58 AM