Las barreras del ferrocarril me agarran invariablemente bajas, es una especie de maldición privada. El universo conspira para que uno viva llegando tarde ¿a dónde?, eso me preguntaba.
Terminé de trabajar y salí a dar una vuelta. Me senté en la mesa del rincón. La luna era como una hoz soviética colgada del vacío negro. Una luna filosa para una noche solitaria.
La gente volvía de sus trabajos. Las mismas caras grises, los mismos cuerpos percudidos por la rutina, hacían cola esperando el bondi, el tren, un taxi. Pedí un fernet mientras los observaba. Tristes proletarios del capitalismo moribundo, vidas consumidas a mitad del camino hacia la felicidad. Hombres y mujeres promedio que compraron el jabón en polvo vencido y no pudieron quitarse la pátina de mugre que les dejó el desengaño. Historias que se deshacían en la boca como el algodón de azucar, así de rápido, así de hermoso. Era uno de ellos, también.
Con el segundo fernet pensaba en este proyecto, en el BB, en el bueno de Fran que me invitó a entrar. Todo parecía tan lejano. ¿Tiene un hijo, Fran? ¿Se llama Akira? Me preguntaba si era por Kurosawa o por el manga japonés. Y pensaba en Fran porque a él lo conocía, sabía positivamente de su existencia. Pero del resto no tenía la menor idea de quiénes eran. Traté de saber algo de sus vidas a través de sus textos pero me costaba mucho seguirlos. Pasar una hora diaria leyendo de una pantalla fragmentos de existencias desconocidas resultó una experiencia agotadora, demasiado alejada de la textura de las páginas de un libro. Era como si algunos tuvieran una doble vida repartida en universos herméticos, una trama para P. Dick, como si fueran cómplices de un crimen para el que -todavía- no existe pena. Sencillamente porque no era un crimen, sencillamente porque el marciano de la fiesta venía a ser yo.
Pero al tercer fernet todo se aclaró, no había crimen ni castigo, todos estábamos ahí, acá, compartiendo una experiencia nueva. Eramos parte de una visión menos mezquina del mundo. Después del tercer fernet el panorama empezaba a verse maravilloso: la luna no cortaba sino que se reía como hiena, la gente no era gris, estaba viva. Después del tercer fernet . . . vino el cuarto, por supuesto ¿qué esperaban?
hola, es un placer leerte.
A mí este espacio del bb me parece como un tren en marcha, con compartimentos-wagon-lit, que se van multiplicando confrome el tren avanza por la via, como si el tren fuera de chicle y se hiciera cada vez más largo...
saludos